De madrugada comenzó la toma violenta del poder. Tiempo atrás venían conspirando contra el gobierno de Francisco I. Madero. Unos desde prisión, otros desde adentro del gobierno. Fueron días de violencia y estruendo en la ciudad de México. Murieron civiles, soldados federales y rebeldes. Diez días, a partir del nueve de febrero de 1913, bastaron para tumbar a la incipiente democracia. En un muro, a las afueras de la cárcel de Lecumberri, donde ahora se resguardan los archivos de la nación, asesinaron a Francisco I. Madero y José Pino Suárez. En la intríngulis del poder, el embajador norteamericano, Henry Lane Wilson, también tuvo su parte en el trato. El golpe, hace cien años, llevó al general Victoriano Huerta a la presidencia. Pero también la historia da vueltas, y no siempre, como sugería Marx, se repite como tragedia o farsa.
Hace unos días caminé con calma por La Ciudadela, una antigua fábrica de tabacos construida a finales del siglo XVIII. La construcción parece más un fuerte militar, que una fábrica. En buena medida, porque el diseño arquitectónico lo hizo un ingeniero militar. Durante el periodo de la Independencia, el edificio de la Ciudadela terminó como cuartel militar. Desde el lugar, el virrey Félix María Calleja organizó combates contra la insurgencia. En 1815 estuvo preso José María Morelos. En el efímero gobierno de Madero, el edificio también era resguardo de armas y municiones, y fue tomado por los golpistas. Con esas mismas armas derrocaron al gobierno. Ahí torturaron y asesinaron al hermano del presidente, Gustavo A. Madero. En pocas palabras, pura tragedia.
Pero a 100 años de la decena trágica, La Ciudadela celebra otra historia, que de alguna manera fue sembrada en 1946, con la instauración de la Biblioteca México, a cargo de José Vasconcelos. En las crujías del antiguo edificio, ya no se resguardan armas ni municiones, sino docenas de miles de libros que pertenecieron a grandes intelectuales mexicanos: José Luis Martínez, Antonio Castro Leal, Alí Chumacero, Jaime García Terrés y Carlos Monsiváis. La Ciudadela, hoy ciudad de los libros es un impresionante proyecto del Estado mexicano. Trato de resumir: en un edificio del siglo XVIII, están bibliotecas del siglo XX en México, con tecnología del siglo XXI. Lo mejor de todo, el extraordinario acervo es público, abierto a los ciudadanos. En cada biblioteca fui atendido amablemente por el personal, siempre dispuesto a ayudar. Incluso, utilicé un Ipad para acceder a los libros que han digitalizado. Nuevamente quedo encantado de este gran proyecto público.
Cada acervo es una interpretación particular del espacio. Tan cómodas y bien equipadas, que invitan a leer, a quedarse en la intimidad pública. Hay obras de arte y notables ediciones entre los muros y bellos libreros. Una iluminación exquisita que invita a la lectura. Es irresistible tomar algún libro, ver ahí las historias personales de cada escritor. Ante la inmensidad de las bibliotecas, sencillamente renuncio a toda pretensión de formar la propia. Recorro con especial gusto, la biblioteca de Carlos Monsiváis. Es literalmente una urbe de libros, con altos edificios, pero también, con callejones íntimos que se asemejan a los barrios.
Después de visitar esa colección, percibo la profunda amistad que tuvo Monsiváis con Francisco Toledo. En ese espacio que guarda unos 20 mil libros, Toledo llenó de gatos la biblioteca. Dos fieltros confeccionados por el oaxaqueño personalizan la intervención, además de un notable tapiz gatuno. Imposible no sentir al escritor entre todos esos libros. Salgo agradecido porque en el país tenemos un proyecto de tal importancia. Ojalá pronto se replique en otros lugares del país. Con razón, Mario Vargas Llosa llamó a La Ciudadela de los libros, “un enclave de civilización invulnerable a la barbarie”.
10 de febrero 2013
Milenio http://laguna.milenio.com/cdb/doc/impreso/9172030