lunes, 29 de abril de 2013

Adiós salero, adiós


¡Qué no quede duda! Hasta en la cocina interviene la política. Y no siempre está mal, sobre todo, para nosotros, que somos tan desconfiados del gobierno. La semana pasada, el gobierno del Distrito Federal, a través de la Secretaría de Salud, arrancó la campaña “Menos sal, más salud”. El propósito es bajar el consumo de sal en los ciudadanos, a fin de prevenir hipertensión y otros daños a la salud. Ya la tendencia es alarmante. Por lo mismo, una de las acciones inmediatas fue retirar los saleros de las mesas de más de 200 mil restaurantes. De acuerdo con los estudios, los mexicanos (no sólo los chilangos), consumen hasta 11 gramos diarios de sal. ¿Y luego por qué estamos tan salados? Esto representa más del doble de los modestos 5 gramos recomendados por la Organización Mundial de la Salud. La medida del gobierno no es coercitiva, pero sí claramente preventiva, lo cual resulta más sensato. De acuerdo con las cifras, 31% de la población en México padece de hipertensión arterial. Tan sólo en el DF, durante el 2012 se atendieron 11 mil casos de urgencia. 

La medida no va a erradicar el problema, al fin, salados hay muchos, pero sí es una política pertinente para bajar los problemas de salud. Para un gobierno responsable, siempre será mejor prevenir, que tratar de apagar el fuego a un costo muy alto o irremediable. Quizá la medida no guste a algunos que considera que el gobierno se mete hasta la cocina para decirnos que comer. Pero sin duda, en ciertos casos es mejor, a permitir un daño mayor. Políticas como esta de retirar los saleros no son nuevas, ya se aplican en otros países como Estados Unidos, Argentina e Inglaterra.

En septiembre de 2012, el gobierno de la ciudad de Nueva York, aplicó una medida polémica para restringir la venta de bebidas azucaradas, incluso prohibiendo los envases grandes (del tipo súper size). En su afán de combatir la “epidemia” de la obesidad en un país obscenamente gordo, el alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, ha sido calificado por sus críticos como la “niñera”. Nuevamente llegamos a la pregunta ¿hasta dónde debe intervenir el gobierno? Desde la visión ultraliberal, una política de esa naturaleza invade la libertades personales, porque hay algo en todo esto que suponen a los ciudadanos como niños que deben ser guiados por el papá gobierno. Pero entonces, aún a sabiendas del daño, y la tendencia alarmante en la salud, ¿debe el gobierno no intervenir? Por lo pronto, el influyente lobby de gigantes refresqueros, ya impugnó la medida con éxito y un juez dictaminó que la reglamentación es ilegal, “arbitraria y caprichosa”. Aún así, el alcalde respondió que la propuesta es “razonable y responsable”, considera que no falta mucho para que se llegue a un consenso de que el azúcar no tiene valor nutricional.

Y mientras despedimos de la mesa a los saleros en todas su formas, incluyendo el inolvidable kitsch de tomate y barrilito, lo refrescos reinan en la canasta básica de México. A nivel mundial somos el tercer país con mayor consumo per cápita de refrescos: ¡119 litros! Siete litros más que en Estados Unidos, lo cual es mucho decir. Y no es que se trate de fregar, ni tampoco de que el Estado nos diga lo que tenemos que comer, pero sencillamente una política de esta naturaleza no sólo ayuda a contener el problema, sino a prevenir. ¿Estaremos en la era de la prevención o del Soylent Green?

10 de abril 2013
Milenio