A partir de diciembre se acabaron los muertos. No importan que existan, eso ya no es relevante. Da lo mismo si las ejecuciones fueron en el Estado de México, Durango, Acapulco o Michoacán. Para el caso, ya no existen en el discurso oficial. Y eso es lo que cuenta. Tan fácil como borrarlos, como dejar de hablar de ellos. Nada de impertinentes noticias, ahora la política es otra, otros los temas, otro el partido y otro el presidente. ¡Y vaya que se nota! A cuatro meses del cambio de gobierno, hay un cierto optimismo y buenos niveles de aprobación de la presidencia en la opinión pública. Se habla de al menos un año para ver algunos frutos en la seguridad, y sobre todo en la pacificación. Pero mientras eso sucede, la estrategia inmediata del gobierno federal, fue cambiar el tono de las declaraciones cuando se habla de los problemas de seguridad. De esa manera, el primer cambio está en omitir “esas” impertinentes palabras. Al fin, percepción es realidad. Porque tanto se abusó en el sexenio anterior, que fue difícil hablar de otra cosa. Y así nos fue.
Acostumbrados a mandar, hasta los gobernadores siguen la misma línea discursiva. Ya todo está bien, ya la seguridad está mejorando, ya no hay muertos. Con la llegada de Enrique Peña Nieto, a los gobernadores no les quedó más que callar, obedecer y estar siempre a los órdenes del señor presidente. Y si no, basta ver como, los antes bravucones, son ahora mansos zalameros de la presidencia. Pero no basta con ordenar a la mayoría de los estados, faltan los municipios, donde los problemas siempre se multiplican.
“Gobernar es comunicar” dice un funcionario de la Secretaría de Gobernación. Como todo empieza por las palabras y la manera de expresarlas, entonces hay que alinear también a los voceros. Por eso Gobernación organizó el Primer Encuentro Nacional de Comunicadores en Seguridad Pública, a fin de homologar el discurso. Por ejemplo, se sugirió evitar palabras impertinentes como “capo”, “encajuelado”, “ejecutado”, “cártel”, “jefe de finanzas”, “lugarteniente”, “encobijado”… y no es que tales palabras no existan en eso que llamamos realidad, por el contrario, tan existen que su peso ya es cotidiano. Lo que se busca es quitarles protagonismo, sacarlas del día a día.
Extirpar esas palabras del discurso oficial tiene sentido dentro la comunicación gubernamental. No es deseable hablar en esos términos, ni tampoco reproducirlos a la manera del lenguaje criminal. Sin embargo, una política así requiere necesariamente de una correspondencia de resultados en las calles. Porque de otra manera, omitir las indeseables palabras, no omite la realidad ni mucho menos el problema. Los muertos siguen ahí, aunque no se quiera hablar de ellos. Si en el largo plazo la política no es consistente con los resultados, sencillamente los supuestos de la comunicación se derrumban. Entonces conoceremos los verdaderos resultados.
17 de abril 2013
Milenio http://laguna.milenio.com/cdb/doc/impreso/9178011