lunes, 26 de diciembre de 2016

Pri castigado


El voto es el mensaje. De esa manera, la reciente jornada electoral del domingo, fue refrescante en un clima de “mal humor” social.  En momentos donde el abuso de poder, la corrupción y la ausencia gobierno parecían no tener freno, las elecciones ofrecieron una alternativa para castigar a los gobernantes. Es cierto, los comicios y la democracia no resuelven todo, pero en principio es preferible a la dictadura o el autoritarismo. Vean cómo está Rusia, Corea del Norte, Venezuela, o la república bananera de Cuba. Pero vamos a nuestras elecciones.
En Chihuahua, el gobernador César Duarte, resultó un próspero banquero en la plenitud del “pinche poder”. 100 millones de pesos como modesto accionista de un banco. ¡Nada más! En Veracruz, Javier Duarte, no sólo fue arrogante y autoritario; sino desgobernó. Violencia sin freno del crimen organizado, el asesinato de periodistas, aunado a una deuda desenfrenada. Como en Coahuila, simplemente desapareció el dinero por miles de millones de pesos. Pero el domingo, los ciudadanos castigaron al pésimo gobierno. Con todo, eso no quita los miles de millones de la deuda impunemente contratada. En Tamaulipas, el mayor mérito del gobernador Egidio Torre, fue dejar las cosas igual que como estaban antes: en manos del crimen organizado. Recuerdo bien un testimonio  reciente que me compartió una ciudadana de Victoria: “estamos igual o peor en cuanto a inseguridad, las cosas no mejoraron con Peña”. ¿Para qué sirve un gobierno así? No veo cómo Miguel Ángel Osorio Chong quiere presentarse como candidato a la presidencia.
En Quinta Roo, el gobernador Roberto Borge fue por la mismas. No llenó con endeudar hasta el tope al estado; además se comportó como sátrapa tropical. Al final, el electorado echó a su partido del poder. La lista de corruptelas y pésimos gobiernos puede continuar, al fin, los resultados están a la vista. Pero el domingo, ese sencillo medio de la democracia que es el voto, reflejó el castigo de los ciudadanos. En las urnas inclinaron la balanza hacia el PAN y las coaliciones con el PRD. ¿Van a mejorar con estos gobiernos? No lo sabemos, ojalá que sí. Por lo pronto, la lección que dejan las elecciones del domingo, es que los malos gobernantes sí pueden ser castigados por medio del voto. ¡Tampoco denigremos tanto a la democracia!
Sin duda, la última década a  partir de la alternancia en el año 2000, fue decepcionante. A pesar de ese panorama negativo, hay señales de que los ciudadanos pueden apremiar o castigar con el sufragio. Cada elección tuvo sus dinámicas locales, pero hubo un denominador común: el abuso, la corrupción, la ineficacia de los gobierno al mando. Por otro lado, el conjunto de los resultados, donde el PRI perdió siete de once gubernaturas, mostró un voto de castigo a Enrique Peña Nieto. Su administración ha privilegiado una imagen artificial en vez de gobernar. Ha hecho de la corrupción, su principal carta de presentación. En Durango, José Rosas Aispuro (PAN-PRD), y en Tamaulipas, Francisco Cabeza de Vaca (PAN), derribaron además un muro priista de más de 80 años. De ese tamaño el anacronismo político.
Bajo estos nuevos vientos, las cosas se complican para PRI rumbo al 2018. En el ámbito local, soplan aires aires del alternancia en otra entidad ultrapriista: Coahuila de Moreira. En el 2015 perdió el PRI en Nuevo León. En el 2016 sucedieron alternancias, hasta entonces inéditas en Tamaulipas y Durango, donde siempre había gobernado el PRI. Ahora le toca a Coahuila, un estado de dos hermanos que gozan de corrupción, impunidad y complicidad.
Jaime Rodríguez en Nuevo León, alardeó con meter a la cárcel al exgobernador Rodrigo Medina, pero hasta ahora, nada. Sólo escarnio mediático, todavía está por verse. Si no cumple: mal. Si cumple, estaría sentando un precedente para otras promesas similares. Javier Corral, el panista que ganó el estado de Chihuahua, y Miguel Ángel Yunes, recién electo en Veracruz, también prometieron cárcel para César y Javier Duarte. Si no cumplen. Si no arman un buen expediente, terminarán por ratificar la impunidad y la inercia de los gobiernos rapaces.  Por el contrario, si van a la cárcel, podrían estar fincando un precedente relevante en la democracia mexicana. Falta ver que esas promesas se logren, lo cual no se ve nada fácil.
8 de junio 2016 
El Siglo 

La región nunca más transparente

Foto: http://elpoderdelconsumidor.org/contaminacion-del-aire/sufre-monterrey-alta-contaminacion-desde-hace-mas-de-15-anos-y-su-poblacion-lo-desconoce/

En Visión de Anáhuac, un texto imperdible del gran Alfonso Reyes, abre con una bienvenida al viajero: “has llegado a la región más transparente del aire”. Mucho tiempo después, en los años cincuenta, un brillante discípulo de Reyes, por entonces el joven Carlos Fuentes, escribió una novela entrañable, La región más transparente. Lo irónico, y hasta lo trágico de aquel título, es una ciudad de México nunca más transparente del aire. Ahí el caos es normalidad, y el tráfico interminable. Por donde se le vea, el sello de una ciudad que no funciona. La ciudad es tan grande como desordenada. En los últimos meses, el ambiente que ya era malo, terminó peor. Como una indeseada vuelta a la década de los noventa, la contingencia ambiental, el Hoy No Circula y la perenne contaminación están de regreso. ¿Alguna vez se fueron? En plena época de alternancia, allá por el 2000, la inversión pública más visible del gobierno de la ciudad, fue a parar a esos horrores de segundos pisos. Una infraestructura atroz y millonaria para los automóviles. A la vuelta de los años, la contingencia es un resultado visible. Por supuesto, no el único, pero sí una cadena de consecuencias asfixiantes.  La inversión en el transporte público fue poca cosa, comparado a  esas moles de cemento que en otros países han tumbado por nocivas. Unos culpan a otros: los automovilistas a los camioneros, los políticos a otros políticos, e incluso, notables ilustrados culpan a los semáforos, bordos y hasta a la nueva ley de movilidad. Pero mientras todos expían sus culpas, el smog sigue ahí.
De esa manera, en los medios se habla de la contingencia como si fuera un problema exclusivo de valle de México. Más todavía, para ese discurso dominante, el problema no es la descomunal cantidad de automóviles, sino el programa Hoy No Circula. Para esa visión, lo que contamina, —no dejan de asombrarme estas afirmaciones—, no es el automóvil, si no lo lento que va en las calles por culpa de la ley. Ya lo decía Descartes con cierta mordacidad: el buen sentido es la cosa mejor repartida del mundo. Pero dejemos de lado a la región nunca más transparente, allá están más ocupados en hacer un “constitución”.
Lo significativo de la contaminación que puebla el paisaje urbano, es que la ciudad México no tiene el monopolio de la contingencia.
Paradójicamente hay ciudades mexicanas tan contaminadas o más que México, donde se habla de cualquier cosa, menos de contingencia. La Organización Mundial de la Salud, recién renovó la base de datos de 2011 a 2014, (Who Global Urban Ambient Air Pollution Databese), donde muestra quién es quién de las ciudades más contaminadas en el mundo. Si vamos al caso mexicano, el top de urbes contaminadas lo lidera la zona metropolitana de Monterrey, que está peor que México, y eso ya es mucho decir. Por supuesto, el deterioro del ambiente no importa a las autoridades regias, que ni por error reconocen la contingencia. Allá están más interesadas en hacer un segundo piso rumbo a la carretera Nacional o en Gonzalitos, como ya anunció inteligentemente el alcalde de Monterrey, Adrián de la Garza. Eso sí es negocio, y no las alertas ambientales.
¿Y qué pasa con el mentado Bronco, un tal Jaime Rodríguez que es gobernador de Nuevo León? Él sólo sueña con ser candidato independiente a la presidencia de la República en el 2018. Entonces ¿para qué molestarse en gobernar? Regresemos al smog; perdón, al ranking de contaminación urbana de la OMS. En segundo lugar está Toluca, y luego le siguen las ciudades del bajío: León, Salamanca, Irapuato y Silao. En la desesperación por tanta polución, el ayuntamiento de León, Guanajuato, ya analiza la posibilidad de aplicar un programa como el Hoy No Circula. A ver cómo les va. Para muchos, restringir la circulación del automóvil es un anatema.
El séptimo lugar de la polución lo comparten Puebla y México, como diciendo, siempre hay otros peores. Y finalmente, la menos mala de las grandes, es Guadalajara. Lo revelador de estos datos no es lo mal que estamos, eso ya lo respiramos a diario, sino la ausencia de políticas serias y consistentes en largo plazo para remediar la calidad del ambiente en las ciudades.

1 de junio 2016 El Siglo 

La última y nos vamos


Torreón cuenta con poco más de cien años como ciudad, y entre las muchas formas de contar su historia, me gusta la que cuentan sus cantinas. No es casualidad que la mayor exposición de fotografía antigua, está colgada en las paredes de las cantinas, y no en sus museos, como quien afirma, “aquí también  hay tradición”.  Las cantinas son espacios de identidad que nos hablan de un cierto ambiente social. Lugares de gozo, convivencia y descanso ante el trajín del trabajo. Cualquier pretexto es bueno. Ver a los amigos, refrescarse con una cerveza ante el intenso calor, celebrar, e incluso, ahogar las penas. Por lo mismo, desde hace años me parecía irresistible contar la historia de la ciudad a través de sus cantinas. En parte, lo hemos hecho con la exposición que acaba de inaugurar la semana pasada el Museo Arocena.  Bajo el título, “La última y nos vamos, cantinas históricas de Torreón”, nos propusimos mostrar ese popular y entrañable lado de la ciudad. Con auténtica fe, un inquieto amigo me dijo en la inauguración, que él asiste al Perches (una cantina de 1932), como fiel parroquiano.    
A principios del siglo XX, las cantinas se multiplicaron en Torreón por todo el centro de la ciudad. Una tras otra, las referencias urbanas estaban pobladas por los templos de Baco. La mayoría desapareció, pero algunas han sobrevivido maravillosamente como El Reforma, una cantina de 1908, que se encuentra ubicada en la esquina de Valdés Carrillo y avenida Matamoros. Para dicha de los parroquianos y la identidad local, todavía permanece abierta. Nació en los años del esplendor porfiriano, cuando el algodón era el motor de la economía. Como una hazaña de la tradición, sobrevivió a los saqueos y las tomas de Torreón en la Revolución, lo cual ya es mucho decir, porque aquellas hordas con todo arrasaban. Más recientemente sobrevivió a la barbarie de la violencia y la inseguridad.
Por un momento pensemos en el Torreón de hace cien años. Había mucho trabajo y dinero, pero también muchas carencias urbanas. Por ejemplo, a falta de espacios públicos, las cantinas hicieron las veces de centro de reunión, descanso y por supuesto, festividad. Tan sólo para dimensionar el boom etílico, para 1909, el gobierno del estado de Coahuila obtenía de Torreón, la mayor recaudación por alcohol y tabaco. La cifra recaudada era superior al resto del estado, incluyendo la mismísima capital. ¡Así se la pasaron!
Cantinas y salones los había para todos los gustos y los bolsillos. Desde espumosas cervezas, licores importados, hasta modestos tequilas y mezcales, hoy convertidos en bebidas de lujo. Como en todo, el nombre de esas cantinas ya daba un adelanto: La Esperanza, La Viuda Alegre, La Americana, el Gato Negro, La Constancia, El Cantábrico, La Gran Vía, El Cosmopolita, La Recreativa, y hasta una, con un nombre provocador: El Guerrillero. ¿Quién habrá salido de ahí?
En algún momento, se escucha una conversación entre el tumulto ¿A dónde vamos? ¡A la Oficina! Mejor a la Chamba. Con esos nombres, ya no había pretexto para el trabajo. 
A diario había fiesta, tanto como había jornales en el campo y las fábricas. Pero si el trabajo genera dinero, también genera diversión. ¿De qué manera explicar que una ciudad con 13 mil habitantes en 1906, construyó a su vez una Plaza de Toros con capacidad para 6 mil espectadores? De igual forma, las cantinas se convirtieron rápidamente en un espacio predilecto y sumamente concurrido en la ciudad. Ya desde entonces lo decía Francisco L. Urquizo, escritor y militar de altos vuelos: “Siempre fue Torreón una ciudad de juerga desde los tiempos de las bonazas algodoneras en que el dinero corría a manos llenas”. Y aunque lo dijo hace un siglo, algo nos queda de aquellos tiempos.
Mucho antes que Urquizo, Manuel José Othón —gran poeta y escritor—, a quien le debemos magníficos poemas, dejó unas cartas preciosas sobre el ambiente que se vivía en las cantinas de Torreón por allá de 1898: “Este pueblo es horroroso, lleno de tierra. Un montón de casas sin orden ni concierto… pero hay dinero y negocios que es una barbaridad… Aquí hay la costumbre de arreglar los negocios en las tabernas”.
José Vasconcelos registró en el Ulises Criollo lo siguiente: “En toda la República se hablaba de las bacanales laguneras… negocios de cuantía se arreglaban alrededor de la cantina, entre botellas de champaña y desfile de meretrices...”. ¡Así era Torreón!
25 de mayo 2016 El Siglo 

sábado, 26 de noviembre de 2016

jueves, 24 de noviembre de 2016