lunes, 26 de diciembre de 2016

La última y nos vamos


Torreón cuenta con poco más de cien años como ciudad, y entre las muchas formas de contar su historia, me gusta la que cuentan sus cantinas. No es casualidad que la mayor exposición de fotografía antigua, está colgada en las paredes de las cantinas, y no en sus museos, como quien afirma, “aquí también  hay tradición”.  Las cantinas son espacios de identidad que nos hablan de un cierto ambiente social. Lugares de gozo, convivencia y descanso ante el trajín del trabajo. Cualquier pretexto es bueno. Ver a los amigos, refrescarse con una cerveza ante el intenso calor, celebrar, e incluso, ahogar las penas. Por lo mismo, desde hace años me parecía irresistible contar la historia de la ciudad a través de sus cantinas. En parte, lo hemos hecho con la exposición que acaba de inaugurar la semana pasada el Museo Arocena.  Bajo el título, “La última y nos vamos, cantinas históricas de Torreón”, nos propusimos mostrar ese popular y entrañable lado de la ciudad. Con auténtica fe, un inquieto amigo me dijo en la inauguración, que él asiste al Perches (una cantina de 1932), como fiel parroquiano.    
A principios del siglo XX, las cantinas se multiplicaron en Torreón por todo el centro de la ciudad. Una tras otra, las referencias urbanas estaban pobladas por los templos de Baco. La mayoría desapareció, pero algunas han sobrevivido maravillosamente como El Reforma, una cantina de 1908, que se encuentra ubicada en la esquina de Valdés Carrillo y avenida Matamoros. Para dicha de los parroquianos y la identidad local, todavía permanece abierta. Nació en los años del esplendor porfiriano, cuando el algodón era el motor de la economía. Como una hazaña de la tradición, sobrevivió a los saqueos y las tomas de Torreón en la Revolución, lo cual ya es mucho decir, porque aquellas hordas con todo arrasaban. Más recientemente sobrevivió a la barbarie de la violencia y la inseguridad.
Por un momento pensemos en el Torreón de hace cien años. Había mucho trabajo y dinero, pero también muchas carencias urbanas. Por ejemplo, a falta de espacios públicos, las cantinas hicieron las veces de centro de reunión, descanso y por supuesto, festividad. Tan sólo para dimensionar el boom etílico, para 1909, el gobierno del estado de Coahuila obtenía de Torreón, la mayor recaudación por alcohol y tabaco. La cifra recaudada era superior al resto del estado, incluyendo la mismísima capital. ¡Así se la pasaron!
Cantinas y salones los había para todos los gustos y los bolsillos. Desde espumosas cervezas, licores importados, hasta modestos tequilas y mezcales, hoy convertidos en bebidas de lujo. Como en todo, el nombre de esas cantinas ya daba un adelanto: La Esperanza, La Viuda Alegre, La Americana, el Gato Negro, La Constancia, El Cantábrico, La Gran Vía, El Cosmopolita, La Recreativa, y hasta una, con un nombre provocador: El Guerrillero. ¿Quién habrá salido de ahí?
En algún momento, se escucha una conversación entre el tumulto ¿A dónde vamos? ¡A la Oficina! Mejor a la Chamba. Con esos nombres, ya no había pretexto para el trabajo. 
A diario había fiesta, tanto como había jornales en el campo y las fábricas. Pero si el trabajo genera dinero, también genera diversión. ¿De qué manera explicar que una ciudad con 13 mil habitantes en 1906, construyó a su vez una Plaza de Toros con capacidad para 6 mil espectadores? De igual forma, las cantinas se convirtieron rápidamente en un espacio predilecto y sumamente concurrido en la ciudad. Ya desde entonces lo decía Francisco L. Urquizo, escritor y militar de altos vuelos: “Siempre fue Torreón una ciudad de juerga desde los tiempos de las bonazas algodoneras en que el dinero corría a manos llenas”. Y aunque lo dijo hace un siglo, algo nos queda de aquellos tiempos.
Mucho antes que Urquizo, Manuel José Othón —gran poeta y escritor—, a quien le debemos magníficos poemas, dejó unas cartas preciosas sobre el ambiente que se vivía en las cantinas de Torreón por allá de 1898: “Este pueblo es horroroso, lleno de tierra. Un montón de casas sin orden ni concierto… pero hay dinero y negocios que es una barbaridad… Aquí hay la costumbre de arreglar los negocios en las tabernas”.
José Vasconcelos registró en el Ulises Criollo lo siguiente: “En toda la República se hablaba de las bacanales laguneras… negocios de cuantía se arreglaban alrededor de la cantina, entre botellas de champaña y desfile de meretrices...”. ¡Así era Torreón!
25 de mayo 2016 El Siglo