El
voto es el mensaje. De esa manera, la reciente jornada electoral del domingo,
fue refrescante en un clima de “mal humor” social. En momentos donde el abuso de poder, la corrupción
y la ausencia gobierno parecían no tener freno, las elecciones ofrecieron una
alternativa para castigar a los gobernantes. Es cierto, los comicios y la
democracia no resuelven todo, pero en principio es preferible a la dictadura o
el autoritarismo. Vean cómo está Rusia, Corea del Norte, Venezuela, o la
república bananera de Cuba. Pero vamos a nuestras elecciones.
En
Chihuahua, el gobernador César Duarte, resultó un próspero banquero en la
plenitud del “pinche poder”. 100 millones de pesos como modesto accionista de
un banco. ¡Nada más! En Veracruz, Javier Duarte, no sólo fue arrogante y autoritario;
sino desgobernó. Violencia sin freno del crimen organizado, el asesinato de
periodistas, aunado a una deuda desenfrenada. Como en Coahuila, simplemente
desapareció el dinero por miles de millones de pesos. Pero el domingo, los
ciudadanos castigaron al pésimo gobierno. Con todo, eso no quita los miles de
millones de la deuda impunemente contratada. En Tamaulipas, el mayor mérito del
gobernador Egidio Torre, fue dejar las cosas igual que como estaban antes: en
manos del crimen organizado. Recuerdo bien un testimonio reciente que me compartió una ciudadana de
Victoria: “estamos igual o peor en cuanto a inseguridad, las cosas no mejoraron
con Peña”. ¿Para qué sirve un gobierno así? No veo cómo Miguel Ángel Osorio
Chong quiere presentarse como candidato a la presidencia.
En
Quinta Roo, el gobernador Roberto Borge fue por la mismas. No llenó con endeudar
hasta el tope al estado; además se comportó como sátrapa tropical. Al final, el
electorado echó a su partido del poder. La lista de corruptelas y pésimos
gobiernos puede continuar, al fin, los resultados están a la vista. Pero el
domingo, ese sencillo medio de la democracia que es el voto, reflejó el castigo
de los ciudadanos. En las urnas inclinaron la balanza hacia el PAN y las
coaliciones con el PRD. ¿Van a mejorar con estos gobiernos? No lo sabemos,
ojalá que sí. Por lo pronto, la lección que dejan las elecciones del domingo,
es que los malos gobernantes sí pueden ser castigados por medio del voto.
¡Tampoco denigremos tanto a la democracia!
Sin
duda, la última década a partir de la
alternancia en el año 2000, fue decepcionante. A pesar de ese panorama
negativo, hay señales de que los ciudadanos pueden apremiar o castigar con el
sufragio. Cada elección tuvo sus dinámicas locales, pero hubo un denominador
común: el abuso, la corrupción, la ineficacia de los gobierno al mando. Por
otro lado, el conjunto de los resultados, donde el PRI perdió siete de once
gubernaturas, mostró un voto de castigo a Enrique Peña Nieto. Su administración
ha privilegiado una imagen artificial en vez de gobernar. Ha hecho de la
corrupción, su principal carta de presentación. En Durango, José Rosas Aispuro (PAN-PRD),
y en Tamaulipas, Francisco Cabeza de Vaca (PAN), derribaron además un muro
priista de más de 80 años. De ese tamaño el anacronismo político.
Bajo
estos nuevos vientos, las cosas se complican para PRI rumbo al 2018. En el
ámbito local, soplan aires aires del alternancia en otra entidad ultrapriista:
Coahuila de Moreira. En el 2015 perdió el PRI en Nuevo León. En el 2016 sucedieron
alternancias, hasta entonces inéditas en Tamaulipas y Durango, donde siempre
había gobernado el PRI. Ahora le toca a Coahuila, un estado de dos hermanos que
gozan de corrupción, impunidad y complicidad.
Jaime
Rodríguez en Nuevo León, alardeó con meter a la cárcel al exgobernador Rodrigo
Medina, pero hasta ahora, nada. Sólo escarnio mediático, todavía está por verse.
Si no cumple: mal. Si cumple, estaría sentando un precedente para otras
promesas similares. Javier Corral, el panista que ganó el estado de Chihuahua,
y Miguel Ángel Yunes, recién electo en Veracruz, también prometieron cárcel
para César y Javier Duarte. Si no cumplen. Si no arman un buen expediente,
terminarán por ratificar la impunidad y la inercia de los gobiernos rapaces. Por el contrario, si van a la cárcel, podrían
estar fincando un precedente relevante en la democracia mexicana. Falta ver que
esas promesas se logren, lo cual no se ve nada fácil.
8 de junio 2016
El Siglo