Hace unos días participé en un programa de historia sobre un periodo fundacional del México moderno. Me refiero a la posrevolución y la construcción de las nuevas instituciones durante los años veinte del siglo pasado. Se abundó en el papel de Plutarco Elías Calles y su fuerte influencia como “Jefe Máximo” de la Revolución.
El genio de Calles consistió en lograr lo que parecía imposible en la disputa del poder político: eliminar la violencia a través de la transferencia pacífica del poder. Esa política descansó ante todo, en la creación del Partido Nacional Revolucionario (1929), que con el tiempo se convirtió en el PRI. De esa manera, Calles favoreció la política antes que la violencia. Lo sabía bien, porque él mismo vivió los aciagos días de la revolución. A partir de entonces, se instituyó un largo poder hegemónico…
La historia no está de más recordarla, porque mucho costó a México y sus ciudadanos transitar a una disputa pacífica y civil por el poder. Más aun, democrática en los últimos años. Por lo mismo, no me parece trivial que un grupo de priistas en Torreón transite la delgada línea de la violencia para contrarrestar una campaña del PAN que denuncia la deuda en Coahuila.
Es cierto, en democracia se disputan los votos, hay duros debates y lucha civil por el poder, pero esencialmente lo que distingue a la democracia no sólo es la libertad, sino la capacidad de disputar el poder sin derramar sangre, sin recurrir a la violencia. Lo saben bien nuestros bisabuelos que les tocó padecer una revolución.
Lo que menos necesitamos en este momento es un grupo de priistas agrediendo a un grupo de panistas en la ciudad. Señores de la política ¡Como si la violencia que se adueña de la ciudad no nos bastara! Puede haber protestas, debates agrios y deliberaciones apasionadas, pero de eso, a pasar a los golpes hay una línea que no debemos ni podemos romper. Precisamente para eso es la política. Los golpes, las agresiones, la violencia está en otro terreno. Eso ya no es democracia.
Ojalá no se confundan, porque episodios así también se han repetido recientemente en Monclova, Saltillo y ahora en Torreón. ¿En verdad necesitamos esto? Desháganse en argumentos, promuevan mensajes, ganen simpatizantes, disputen votos, pero no rompan los preciados límites de la política. Se podrá estar de acuerdo o no con los panistas, pero al final, los platos rotos de la deuda los pagamos los coahuilenses. Por cierto, es fecha que los señores que llevan la riendas del gobierno estatal no explican la falsificación de documentos con lo que se avaló parcialmente la deuda de miles de millones. El Congreso por su parte, piensa que este asunto ya se enterró. Mientras tanto, huele a DVR, a impunidad.
21 de octubre 2011
Milenio http://impreso.milenio.com/node/9047937