lunes, 10 de octubre de 2011
La utopía cardenista
Como un mito en los anales laguneros, queda la reforma agraria promovida por el presidente Lázaro Cárdenas el 6 de octubre de 1936. Al decir mito, no lo hago en un sentido negativo, sino me refiero a la fuerza simbólica que el reparto arraigó en la memoria lagunera. El jueves pasado se cumplieron 75 años de la utopía cardenista. ¿Qué queda de aquella aventura colectivista? ¿Cuánto de los anhelos cardenistas se lograron para los campesinos?
El reparto fue una reivindicación tardía de las demandas agraristas surgidas durante la Revolución. La Constitución de 1917 fijó esas demandas, pero nunca se aplicaron en la dimensión cardenista. Cárdenas hizo lo que los presidentes anteriores no se atrevieron hacer o sencillamente respetaron bajo previo acuerdo con los agricultores y dueños de la tierra. Al final, La Laguna fue el primer experimento donde Cárdenas impulsó un ambicioso e irreal proyecto social. En 45 días el gobierno expropió la mitad de las mejores tierras laguneras para entregarlas a poco más de 38 mil campesinos.
Las cifras son grandes: 146 mil hectáreas conformadas en 312 sociedades colectivas. Casi de la noche a la mañana se impuso así una política radical. La noticia fue una bomba que se tomó con alegría por unos, desconfianza por otros y mucho recelo por los expropiados.
Hay testimonios documentales de campesinos que no supieron qué hacer con el reparto. Por ejemplo, el matrimonio Franco Herrera tuvo que convencer a sus campesinos a que tomaran las tierras, porque si no, otros lo harían. Igualmente, un buen grupo de trabajadores de la legendaria Compañía Tlahualilo, no querían los ejidos, sino seguir trabajando como estaban.
En este sentido, la historia no es tan idílica como se recuerda de manera oficial. A pesar del empeño gubernamental, la creación de los ejidos laguneros no mejoró la vida de los campesinos, ni tampoco los sacó de pobres. Para 1940, la Liga de Agrónomos Socialistas evidenció una tendencia económica negativa. De alguna manera su estudio vaticinó el fracaso. Más que un éxito económico, el reparto fue éxito político como bien lo ha señalado el Dr. Tomás Martínez Saldaña.
Se repartieron tierras sin importar que no fueran irrigables. Por lo mismo, con todo y la construcción de la gran presa, las aguas del Nazas no podían regar más de la cuenta. Debo mencionar que como herencia de aquella política, el gobierno federal inauguró en 1946 el Palacio Federal, un aparatoso edificio con aires socialistas.
Si 75 años después asistimos al desmoronamiento del ejido, ¿qué es lo que queda de aquella política radical? Pocos, muy pocos los ejidos que funcionan en la actualidad. El Ing. Humberto Campillo Ronquillo me recuerda algunos que se han reinventado para sobrevivir: El Cuije, El Fresno, Las Vegas, Las Lomas y Batopilas. Éste último, con un biodigestor que permite autosustentar la producción agropecuaria.
Hoy la historia de los ejidos queda sepultada por nuevos fraccionamientos urbanos y modernos centros comerciales. De aquella utopía cardenista sólo quedan sus ruinas.
9 de octubre 2011
Milenio http://laguna.milenio.com/cdb/doc/impreso/9040754