Estamos a poco tiempo de cerrar el ciclo sexenal, y como en todo ciclo, surge la pregunta ¿qué hacer con la memoria? Entre las propuestas, se hará un monumento a la memoria de las víctimas de la violencia. Inicialmente, uno de los promotores fue el poeta Javier Sicilia, quien habló de la necesidad de construir un memorial, en aquéllos inolvidables diálogos de Chapultepec.
La iniciativa quedó en la mesa y finalmente, después de un concurso auspiciado por varias organizaciones de arquitectos, además de la asociación civil Alto al Secuestro, que preside Isabel Miranda de Wallace, dieron a conocer la propuesta ganadora. De acuerdo con la maqueta digital, se trata de una serie de quince muros de acero que rodean una laguna circular en el centro. La propuesta es del arquitecto mexicano Ricardo López Martín y se estimó un costo de 22 millones de pesos.
No obstante, el proyecto del monumento que se construirá en el Campo Marte, ya tiene sus detractores, y sobre todo, fue llamado por el mismo Sicilia, como “un monumento a la barbarie”. A decir del poeta, la obra que no es un memorial, ni tampoco se eligió bajo el consenso suficiente.
Pero independientemente de las diferencias, es significativo que un grupo de ciudadanos promueva un monumento a las víctimas de la violencia.
En México solemos rechazar la memoria que nos confronta. Nuestros monumentos optan por medias verdades o mentiras tranquilizadoras. Preferimos los héroes unipersonales, pero rechazamos los anónimos. Elogiamos las versiones oficiales en la historia de bronce, pero sepultamos los que nos incomoda. Por eso, en un entorno democrático, lo que menos necesitamos es edulcorar el tamaño del problema que vivimos por la inseguridad, la violencia y las miles de muertes que le suceden. Un monumento a las víctimas, un memorial a la manera en las que otros pueblos han dignificado la memoria, no sólo es un advertencia del pasado hacia el presente. Sobre todo, representa una advertencia sobre el futuro.
No sé si el monumento a cargo del arquitecto López Martín tendrá inscrito los nombres de las miles de víctimas de una “guerra imbécil”. Pero el eufemismo de los “daños colaterales”; los cientos de comunidades lastimadas por el crimen; los enfrentamientos entre bandas; la torpeza de las autoridades que han destrozado vidas inocentes… todo eso, llama a gritos a construir un memorial. Hay tiempo para incluir los nombres. Porque un monumento a las víctimas que carezca de nombres, es tanto como abrir un fosa común para enterrar la memoria. La fosa no necesita nombres, ni reconocimientos.
Tristemente, la huella del gobierno calderonista se forjó desde la violencia y la muerte que sembró el combate al narco en el país. Esa es la herencia más visible del sexenio: una montaña de muertos que se cuentan por miles. Desde ahí no hay metáfora ni alegoría, sino lapidaria realidad. A la distancia, la justificación gubernamental de la guerra terminó en propaganda. En cuanto al balance de las cifras del sexenio, tenemos un saldo claramente negativo en seguridad. Con esa herencia tendremos que lidiar. Lo que menos podemos hacer es quitar el nombre a las víctimas.
1 de agosto 2012
Milenio http://laguna.milenio.com/cdb/doc/impreso/9154710