miércoles, 1 de agosto de 2012

Historia de un puente

Sin precedentes, la infraestructura vial en Torreón ha crecido notablemente en la última década. Puentes, desniveles, pares viales y nuevos bulevares ya distinguen las calles. Hasta un segundo periférico se construye. Cientos de millones de pesos han invertido los gobiernos para el crecimiento vial de la ciudad. ¡Imposible no ver las obras! Vamos, en ese boom, hasta nos permitimos construir, destruir y luego volver a construir una monumental vialidad en el bulevar Torreón-Matamoros. Esas inversiones han transformado el paisaje urbano. Dadas así, las obras gubernamentales se presentan como signo inequívoco del avance y el progreso citadino. Bulevares transformados, conflictos viales resueltos, amplias vialidades sin molestos semáforos y puentes que evitan los inconvenientes del tráfico. En ese ámbito, los gobiernos no han escatimado en poblar con puentes la ciudad.

Simbólicamente los puentes unen puntos, acortan distancias y comunican a la gente. Esa es la conclusión de una primera vista, sobre todo si se va en automóvil. No obstante, si nos detenemos, los puentes también segregan y dificultan el tránsito de quienes no transitan en un algún automotor. Un ejemplo paradigmático es el nuevo puente de La Concha en la “más mejor” vialidad de la ciudad que lleva al estadio del Santos. Una obra que costó 50 millones de pesos para facilitar el tránsito (siempre y cuando vayamos en automóvil).

Nunca fue tan fácil ir a San Pedro y cruzar el Paso del Águila por esa vía, y nunca fue tan difícil para los vecinos cruzar a pie por el lugar. Los alumnos y maestros del Cecytec y la Escuela secundaria número 15 lo saben muy bien. Por eso, la millonaria obra tiene todo, excepto pasos seguros para los peatones y ciclistas. Se invirtieron 50 millones para los automovilistas, sin embargo, los progresistas gobiernos no incluyeron a los que también circulan diariamente por la zona. A ellos nadie los tomó en cuenta por carecer de coche.

Desde ese modelo de ciudad, los únicos que son ciudadanos son los tienen automóvil. Así, la segregación llevó a los vecinos, alumnos y maestros a cerrar la obra, pese que el puente ya fue terminado. Por supuesto, no podía faltar la foto de los funcionarios. Como si se tratara de una regla, lo que sí faltó fue el acceso seguro para los peatones y ciclistas. 50 millones no valieron para ellos. Es común que en las grandes obras no se destine ni el 10 por ciento a otras alternativas de movilidad. Por el contrario, las anulan, porque carecer de carro es no existir. En el sitio había antes un puente peatonal que fue desmantelado, pero la modernidad ya no requirió de peatones; los sustituyó por automovilistas.

Los visionarios funcionarios de Obras Públicas y Urbanismo, no importa si el nivel es municipal o estatal, han resuelto de una vez por todas que movilidad sólo hay una. Para componerle un poco ante las protestas, el gobierno local anunció que construirá un puente peatonal con un costo de unos dos millones de pesos. Así los tiempos. Lo relevante del puente de La Concha es el paradigma urbano que repite. Millones y millones para construir vialidades, donde el transporte privilegiado es automotor.

En infraestructura urbana, la suma de un gobierno con otro, o la acumulación de los años no se traduce necesariamente en un mejor equipamiento urbano. Tampoco, para no ir tan lejos, en una planeación razonable. Basta ver cómo las grandes obras públicas en vez de unir segregan; en de vez de integrar, contribuyen a la inequidad. Paradójicamente la inequidad es lo que se ha construido con cientos de millones de pesos en la ciudad. Algo similar sucede con los nuevos fraccionamientos en manos de particulares. En tiempos en que insiste en la reconstrucción del tejido social, habría que reconocer antes la segregación que se promueve con recursos públicos y privados. Sin sorpresas, esa es la ciudad que hemos construido. ¿Esa es la ciudad que queremos tener?


29 de junio 2012
Milenio http://www.milenio.com/cdb/doc/impreso/9154435