domingo, 14 de octubre de 2012

De bibliotecas y lectores


Quizá llegue el día en que tengamos que cerrar las bibliotecas. Ya antes lo hemos hecho. En tiempos de Internet, Ipads y otros gadgets, el consumo tradicional de bibliotecas parece destinado a una minoría y bajo esa tendencia es cada vez insostenible. Hace tiempo que el ritual de ir a una biblioteca queda reducido a unos cuantos clicks. Incluso se asume como innecesario trasladarse a buscar entre un montón de libros. ¿Para qué si el trabajo ya lo hizo Google?
La semana anterior Ángel Reyna, reportero de la sección cultural de Milenio Laguna, publicó una interesante entrevista con el maestro Saúl Rosales, quien es director de bibliotecas municipales en Torreón. Cito un fragmento sobre el bajo consumo local de bibliotecas: “En una ciudad con alrededor de 700 mil habitantes, que tiene una buena cantidad de escuelas de todos los niveles, hay poca asistencia a las bibliotecas y se debe a que se cree que el libro sólo es para la escuela. Tenemos una cantidad mínima considerando el volumen poblacional para acercarse a las escuelas” (8/X/2012).
Fuente: Coanculta 2010.

Los datos son reveladores si tomamos en cuenta que entre febrero y julio de este año, se registró la mayor afluencia de público (entre 8 y 10 mil personas) a la red de 18 bibliotecas en la ciudad. La pobre asistencia es congruente con el consumo de libros entre los coahuilenses, aunque la situación no muy diferente en el país. La Encuesta Nacional de Hábitos, Prácticas y Consumos Culturales del Conaculta (2010), reveló por entonces que 7 de cada 10 coahuilenses no fue a una biblioteca en el último año. Sólo 1 de cada 10 fue una sola vez a alguna biblioteca. En un arranque de sinceridad, 38% de los coahuilenses declararon que no van a las bibliotecas por la sencilla razón de que ¡nos les gusta leer!
Fuente: Conaculta 2010

Durante los últimos diez años no recuerdo un tumulto en alguna biblioteca, acaso en la Daniel Cosío Villegas del Colegio de México. Fuera de ahí, la mayoría de nuestras bibliotecas son espacios solitarios y mal dotados. Sin embargo, hasta en los países con más recursos y multitudes de consumidores, se tienen problemas. El año pasado la magnífica Biblioteca Pública de Nueva York cumplió 100 años. La conmemoración se aprovechó para lanzar una poderosa campaña a fin de salvar el emblemático espacio público de un recorte de 40 millones de dólares. En la campaña advertían que con ese recorte sólo podrían abrir cuatro días a la semana. Más significativo fue el eslogan para recaudar fondos: “Encuentra el futuro, financia el futuro”. ¿Dónde estará el nuestro?
El célebre historiador estadounidense, Robert Darnton, ha dedicado amplios trabajos para reflexionar sobre las prácticas de lecturas y el sentido de las bibliotecas. En especial recuerdo uno de sus ensayos donde aborda una mirada retrospectiva al futuro de las bibliotecas. Ahí nos dice: “Las bibliotecas vistas desde su interior, como el edificio de la Biblioteca Pública de Nueva York, parecen grandes monumentos indestructibles. Pero de hecho la historia muestra que las bibliotecas siempre se destruyen, y cada vez que cae una biblioteca se va con ella una parte considerable del a civilización”.
Darnton nos dice que la estrategia más constructiva para el futuro del libro y las bibliotecas es que “conservemos el libro, fatiguemos bibliotecas”. Para que nuestras bibliotecas locales sobrevivan, necesitan lectores que las utilicen. Y como afirmó Saúl Rosales, se forman en la familia.