Longevo, como su temas de historia, murió el pasado lunes a los 95 años, el gran historiador británico, Eric Hobsbawm (1917-2012). Acaso, debo aclarar que nació en la otrora capital del mundo antiguo, Alejandría (Egipto), pero su formación y sus intereses fueron esencialmente europeos. Como buen historiador neomarxista (después de la caída del Muro la palabra ya no genera escozor), el eje de sus trabajos está en la economía y la historia social.
Son clásicos ya entre los profesionales de la historia y las llamadas ciencias sociales, sus libros: La era de la revolución: Europa 1789-1848; La era del capital: 1848-1875; La era del Imperio: 1875-1914. Gracias a esos trabajos comprendemos mejor la historia del capitalismo y su influencia mundial hasta los rincones más insospechados. La manera de escribir historia para Hobsbawm, se asemeja a la manera en que leemos las capas geológicas de una roca. Su historia del capitalismo puede leerse desde varios niveles: las historias de las palabras (“industria”, “clase media”, “ferrocarril”, “fábrica”, “huelga”, “clase trabajadora”, “ingeniero”). La historia vista por los obreros y los desplazados del cambio tecnológico. La historia política y las demandas sociales. La expansión de la democracia y los avances de la ciencia.
En Hobsbawm hay un todo económico que amalgama las capas de la historia. Por eso lo leemos y lo releemos. Para el historiador “las palabras son testigos que a menudo hablan más alto que los documentos”. Su mundo historiográfico fue y vino entre los siglos XVIII y XIX, pero eso no le impidió estar atento a lo que sucedía en su propio siglo. Por eso escribió el libro sobre la Historia del siglo XX, donde introdujo el concepto de “siglo XX corto”, por empezar en una guerra, 1914, y terminar con el colapso del bloque socialista, 1991. Más reciente, publicó Guerra y paz en el siglo XXI.
Con maestría Hobsbawm explicó ciertos momentos claves de la historia mundial a partir de las revoluciones en Inglaterra y Francia. Una económica y otra política. Pero advierte con reticencia personal, que “la revolución industrial (británica) se había tragado a la política (francesa)”. Por eso su obra, a pesar de hacer la historia del capital, nos remite una y otra vez a la gente sin voz y sin nombre. Hablan en sus libros los miles de anónimos que sostuvieron los duros inicios de un sistema económico mundial que va de Occidente a China, hasta América Latina. Por momentos sus historias y contrahistorias (también escribió sobre los rebeldes, los bandidos y las revoluciones violentas), parecen la historia de Inglaterra, pero no por una sesgo eurocentrista, sino por el inmenso dominio que significó la “era del capital”.
Con Hobsbawm comprendemos que el mundo contemporáneo le debe mucho, a veces para mal, al capitalismo desarrollado en Inglaterra. Somos hijos de aquella revolución que ahora tiene muy poco de revolucionario, y mucho de autodestructiva. Ya la crisis de 2008 desató el marasmo y el fraude mundial. Eso sí, ¡con cargo a los contribuyentes!
Junto a E. P. Thompson, otro gran historiador británico, Hobsbawm fue un gran maestro del oficio de historiar “desde abajo”. Descanse en paz, el incasable historiador.
3 de octubre 2012
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