Si alguna duda queda del conflicto entre Enrique Peña Nieto y Manlio Fabio Beltrones, la intensa semana legislativa terminó por demostrar las diferencias con toda claridad. Conflictos en la política siempre va a haber, igualmente diferencias y claro, en entornos democráticos, una abierta competencia por el poder.
Sin embargo, la disputa actual entre los priistas lejos de beneficiar el interés público, lo paraliza. Lejos de que la competencia sea un incentivo para generar resultados y gobiernos eficientes, se convierte en una política estéril y en el mejor de los casos, en una política mediocre.
Ni la llegada de Humberto Moreira a la dirigencia del partido, ni la posible candidatura de un político “fresco” como Peña Nieto, ha logrado ofrecer un mínimo atisbo de cambio y modernización en el partido. Por el contrario, son tan parecidos al pasado que quisiéramos olvidar.
Si hoy se reclama al PAN su poco compromiso para desarticular el antiguo régimen, el PRI regresa a los Pinos sin la necesidad de autocrítica, de ahí las mismas prácticas con nuevos actores. Su ascenso proviene más del desgobierno panista, que de sus resultados como gobierno.
Por eso el freno de la reforma política es una mala señal en momentos en que los partidos son maquinarias de votos, pero no necesariamente de legitimidad. Después de ver las asistencias a las elecciones, después de conocer cómo en las encuestas los partidos y los legisladores están por los suelos en credibilidad y confianza, después de palpar el rechazo hacia la política por parte de tantos ciudadanos, resulta desalentador ver como el PRI propone la reforma política y el mismo PRI la descarrila. ¿Estamos en la antesala de aquellos gobiernos que solían llevar a la ruina las finanzas del país? No lo creo, pero la pobreza legislativa que el PRI abanderó esta semana, es sin duda una mala señal. En buena medida nos da un idea clara de qué podemos esperar y no, del PRI en el poder. Ya no digamos un proyecto de país, pero sí una agenda ciudadana que responda a las demandas actuales. El mensaje del PRI esta semana es claro: los ciudadanos pueden esperar, el país también.
Hace unos días Jorge Castañeda le escribía por Twitter a Enrique Peña Nieto: “Enrique: la reforma política depende de ti. No trae todo lo que quieres, pero trae mucho que sirve. Por favor, apóyala”.
Y en efecto, la reforma política no es siquiera una reforma de estado, pero es útil y conforme al ritmo desesperantemente incremental de la democracia mexicana, la propuesta podría derivar en cambios significativos.
Puedo entender que Peña Nieto no quiere sombras y mucho menos candidatos ciudadanos en el 2012 que sí tienen prestigio y credibilidad, piénsese en un Alejandro Martí, en una Isabel Miranda. Ante el hartazgo ciudadano, ante aquellos que ni votan y que en automático desprecian la política, ciudadanos con estas credenciales podría volverse una alternativa viable, razonable.
En las condiciones actuales del país y la oleada de criminalidad que domina ciudades y regiones, los posibles candidatos de los partidos políticos, incluso los que se presentan ya en Coahuila, no dejan de ser actores convencionales. Nuestro presente demanda otros liderazgos, otras relaciones y otras vías políticas. La reforma política abre esa posibilidad, no en lo inmediato, pero sí en los próximos cinco años. Por lo pronto, el PRI nos receta el siguiente ritmo: todo puede esperar.
Milenio
30 de abril 2011 http://impreso.milenio.com/node/8951808