lunes, 9 de enero de 2012

La sequía





La sequía es el mal. Esa es la impresión que nos queda después de tanta nota dedicada al tema. Las declaraciones de las autoridades también parecen asumir la sequía como el mal. Al respecto ya se buscan fondos de desastre y más subsidios que alivien la falta de agua. Hace unos días, en Durango, el presidente de la República expresó que la sequía ya afecta a casi el 60 por ciento del territorio nacional. Tal es la gravedad del problema que hasta se cambiaron las reglas de operación del Fondo de Desastres Naturales con la finalidad de repartir recursos a los estados afectados.

Pero no hay moralidad de la sequía, y mucho menos en la naturaleza. Se trata más bien de valoraciones que asignamos a esos fenómenos. No nos engañemos al culpar a la sequía. La economía lleva otro ritmo, muchas veces contradictorio a la naturaleza. Una razón sencilla: la demanda nunca se acaba, a pesar de que los recursos son limitados. Solamente cuando los recursos se agotan, entonces sí pensamos en otros caminos. Por lo tanto, si no hay subsidio que alcance para la sequía, ¿no es hora de cambiar de rumbo, de hacer otras cosas?


Por lo pronto, nos empeñamos en ir contra la corriente. Ya se anunció que Durango recibirá recursos por la sequía que afecta a la mayoría de sus municipios. Igualmente, en los últimos días de diciembre Coahuila fue declarado por la Secretaría de Gobernación como zona de desastre. En este caso, las declaratorias de desastre no resuelven el problema de fondo, ni tampoco van a cambiar la naturaleza. En nuestro empeño por los recursos somos capaces de agotarlos, a veces irremediablemente



El México colonial, se alimentó de la misma fuente de agua que los aztecas hasta que la demanda los rebasó. Así secaron el acuífero de Chapultepec del que tanto dependían. Como nos dice Alejandro Rosas, el México independiente lo pagó, y se tuvo ir más allá de la ciudad para conseguir el agua. A la fecha, la disponibilidad en el valle es un serio problema, a pesar de que las lluvias alimentan el drenaje.

En La Laguna lo sabemos bien, pero preferimos ir en contra. Qué tanto es “tantito”. 



Hasta decimos con candidez: “vencimos al desierto”


Sin embargo, no sobran los diagnósticos, no así las políticas para el cambio. La sequía de 1948 a 1951 en la región evidenció la sobreexplotación del acuífero, pero sobre todo, dejó a los productores laguneros contra la pared. Escasez continua de agua, altos costos y a la larga, la caída del precio internacional de la fibra fragmentó la economía. De esa manera, el empuje del algodón que tanto riqueza generó, entró en decadencia marginal para dar paso a una reconversión económica. En plena crisis nació el principal sector agropecuario. Ahora se vuelve a escuchar de la sequía como un desastre. ¿Estaremos en el mismo punto?


El problema no es tanto la sequía, sino nuestra relación con el agua disponible. Ahí la desproporción. Auges y caídas son los ciclos naturales que marcan a la región y otras zonas del país, pero seguimos empeñados en la agricultura como si sobrara agua. En algún momento, una lejana población reconoció que talar árboles desmedidamente no tenía futuro, con las décadas la principal empresa de Finlandia se reinventó para dar el salto de las materias primas a la investigación y la tecnología. El ejemplo: Nokia.


8 de enero 2012
Milenio http://www.milenio.com/cdb/doc/impreso/9091232