domingo, 23 de junio de 2013

El fin de las libertades





“No soy un traidor ni un héroe. Soy un americano”. La frase no corresponde a una novela de Ian Fleming o de John le Carré, sino a un joven estadounidense de 29 años, Edward Snowden, quien acaba de develar una gigantesca red global de espionaje alentada por Estados Unidos. Pero lo particular del escándalo, no es tanto el espionaje, al fin una práctica usual e inherente al Estado, sino el arrepentimiento de un colaborador. Snowden era un “analista” subcontratado por una agencia de inteligencia del gobierno gringo. En algún momento el joven espía decidió dar marcha atrás y filtró documentos a los periódicos The Guardian y The Washington Post, donde se evidencia un gran programa para espiar llamadas telefónicas, correos, mensajes y cualquier cosa que pase por compañías como Google, Apple, Microsoft, Facebook y Skype. En pocas palabras ¡todo! Pero si creíamos que las peores manos están en el gobierno, esas empresas globales no sólo lo superan, sino hacen realidad la distopía imaginada en 1984. La tecnología rebasa a la literatura. Acaso, de vez en cuando, hay alguien que rompe o se suicida. Al igual que Bradley Manning, el analista militar en Irak que filtró miles de documentos a WikiLeaks, Snowden aparece como un tránsfuga. Un héroe posmoderno. Un anormal que decide romper el pacto.

El escándalo ya tiene proporciones suficientes para ratificar a Barack Obama como el tipo carismático y cool que sostiene la guerra, Guantánamo y una estructura orwelliana de dimensiones insospechadas. Ya en el camino del escándalo, el multicitado libro de Orwell escaló las ventas en Amazon y Barnes and Noble.

Paradójicamente, por más fuerza que tuvieron los Estados a lo largo de la historia, siempre había zonas infranqueables hacia las personas. Estados tiránicos, dictaduras militares, poderes autoritarios, pero ninguno como ahora, encontró en los gobiernos democráticos, los medios más eficaces para invalidar las libertades. Nada se acerca tanto a lo imaginado por el autor inglés, como esta red global que quiso abandonar Snowden. Hace tiempo que Daniel Bell habló de las contradicciones de la sociedad posindustrial y la era de la información. Estamos conectados en una sociedad global. Pero la modernidad que tanto se empeñó en defender la individualidad frente a la comunidad, terminó anulada por una omnipresente escucha global. ¿Tendríamos que sorprendernos? De alguna manera hay forma de acotar un Estado. Nixon fue pillado y depuesto de la presidencia por expiar a la oposición. Pero cómo acotar empresas que superan el tamaño y los recursos de muchos países. 

¿Quién sanciona a Google, Apple y demás monstruos del mercado? Sencillamente no hay forma.
Quizá la revelación de los secretos quede como un escándalo temporal en los medios internacionales. Con el paso de tiempo ya nadie hablará del espionaje, la intervención de la privacidad y el fin de las libertades. Sin duda para entonces, tendremos una vida más cómoda.
Posdata
En México no necesitamos gran tecnología ni demasiada sofisticación. Podemos pedir una orden maciza y el padrón del IFE. ¡Cuál privacidad! Usted pase y compre las bases de datos.

14 de junio 2013
Milenio http://laguna.milenio.com/cdb/doc/impreso/9183456