domingo, 31 de marzo de 2013
El arte de perdurar
Nada más frágil que la memoria, aun así, hay maneras de perdurar. Genialidad, originalidad, maestría o innovación encaminan al difícil arte. Otros, son recordados por una forma negativa. Nerón y la quema de Roma. Octavio Paz escribió que recordamos a los antiguos poetas, como Safo, por algunos fragmentos. En la literatura, es célebre la opinión de Jorge Luis Borges sobre Alfonso Reyes. Eran amigos y había admiración mutua: reconocimiento. Incluso Reyes llegó a pulir textos del argentino. Al respecto, es bien conocida la opinión del argentino: “Pienso en Reyes como el mejor estilista de la prosa española de este siglo; con él he aprendido mucho sobre simplicidad y manera directa de escribir”.
¿Pero por qué uno ha perdurado y el otro no? ¿Por qué regresamos a Borges y no ha Reyes? ¿Por qué Borges alcanzó la gloria literaria y Reyes no? ¿Por qué Reyes no es universalmente famoso? En un excelso ensayo, El arte de perdurar (Almadía, 2010, 159 páginas), Hugo Hiriart desentrama estas cuestiones sin miedo a lo irritante, el mal agüero y hasta el mal gusto de hablar de la trascendencia. De antemano, confieso mi admiración por Reyes, pero más todavía, mi magnetismo por el Borges. Uno no siente lo mismo ante una página del gran Reyes, que del excepcional ciego. ¿Por qué? Hiriart no tienen empacho en abordar la explicación: “La puerta de la fama es estrecha y nadie puede pasar por ella con sus obras completas”. Hiriart nos dice claramente: “Reyes no logró ese libro, ese acto de magia sintética que concentra el universo entero de un individuo único e irrepetible. Qué angustia, él que era el más dotado… el genio de Reyes, digámoslo de una vez, está desperdigado”.
En cambio, “Borges es como un orfebre que va engarzando sus joyas. Por eso sus escritos tienen que ser tan breves y tan llenadores. En él no hay desperdicio: todo tiene que ser igualmente llamativo y brillante. La prosa de Borges resulta de un uso prodigioso del detalle, el detalle acuñado en sentencias cortas y deslumbrantes”. El arte de perdurar no es nada más un asunto de sutileza cortesana, pero Borges, nos dice Hiriart, “no es, como Reyes, cortés y civilizado: Borges es arbitrario, iconoclasta e imperioso… Borges dominaba el arte de escandalizar.” Antes de incomodar, “Reyes no tuvo esta levadura de rareza, escándalo o melodrama. No es llamativo, su razonabilidad lo hace opaco a la fama. Es cierto, ante Reyes estamos con un gran escritor que admiramos y tenemos en nuestra biblioteca con sus obras completas, pero no por una obra en particular. Hiriart no se anda con rodeos: “Reyes tuvo maestría, pero no representatividad… tuvo muchas simpatías, demasiadas, y muy pocas diferencias singularizantes. Se pasó de civilizado y su figura se hizo borrosa”.
Borges consideraba los textos de Reyes como “meramente perfectos”. En cambio los de Borges, a decir Hiriart son extraños, nunca vistos, implican una nueva dimensión de las cosas: “de la repetición nace el adjetivo, hay temas y modos de decir claramente borgeanos. ¿Podemos decir que hay temas o modos de decir alfonsinos?”
Milenio http://laguna.milenio.com/cdb/doc/impreso/9176291
29 de marzo 2013