viernes, 1 de marzo de 2013

Charolas, amparos y otras historias de impunidad

Charola, dulce, charola...
¡Nada como la charola para librarla! Charola: dícese de una pequeña identificación de metal o papel, para librarse de la ley, la justicia o el alcoholímetro. Sirve también para identificar al funcionario público, al diputado o al senador. Utilícese en caso de emergencia y no se deje al alcance de los niños. Es efectiva para mayores de 18 años y tiene mayor peso, si su cargo es de representación popular. Nota importante: no olvide salir sin ella.

Ese día, Jorge Emilio González, alias el “Niño verde”, salió sin charola. Ya en la fiesta la pasó bien y unos tequilas animaron la noche. De regreso topó con los inconvenientes de la autoridad. La prueba del alcoholímetro no la libró y fue detenido. Para colmo, declaró otro nombre, pero el hambre y el frío traicionaron su identidad. Una más del político por excelencia en México. Al fin, si la charola se olvida en casa, todavía tiene otro recurso para la impunidad: el amparo. Recuerde bien que si olvida la preciada identificación, siempre habrá un amparo bajo la manga. Otros usos de la charola: utilícese como placa de auto. Hombre práctico, el diputado federal José Rangel Espinosa, se ahorró los trámites por derechos vehiculares y tenencia. Ya en el cargo, mandó hacer una versión de la charola como placa de un flamante auto. Así acudía a la Cámara, hasta que un compañero lo exhibió en Twitter. Chabacano e impune, el diputado ofendido por la exhibida en las redes sociales y los medios, amenazó al tuitero. Eso sí, luego hablo de diplomacia y relaciones políticas…

Charola al volante. Con menos presupuesto, el alcalde priista de Mazatlán, Chiapas, Encarnación Martínez Victorio (el nombre no es broma), utiliza una charola prestada, por supuesto, de un diputado federal. Para andar seguro por la calles, porta la charola en el tablero de su coche. Justo ahí, donde todos pueden verla, no vaya a ser que alguna autoridad se atreva aplicar la ley.

Pero estas historias de charolas e impunidad no son simples anécdotas, ni casos extraordinarios, sino una relación generalizada en el país. En ese sentido, no hay duda de que uno de los impedimentos que tiene nuestro país para dar el salto, es su relación la ley y la paupérrima cultura de la legalidad. Hay un desprecio por la legalidad en los ciudadanos, pero también lo hay en muchos políticos. Son las reglas del juego que repetimos. No respondemos y ni podemos responder a otro comportamiento mientras tengamos instituciones débiles, poco consistentes. Una muestra pequeña es el uso de la llamada charola. Se ve como normal, se usa como si fuera el derecho de los unos sobre los otros. En realidad, lo que reflejan estas historias son un vacío enorme en eso que llamamos legalidad y justicia. 

A cambio se llena con la ilegalidad y la justicia del más impune. Esa impunidad es la alienta, permite y reproduce el estado mexicano. Por lo mismo, es una consecuencia lógica “charolear”, violar la ley desde algún cargo de autoridad. Pero lo más grave no es el funcionario que se brinca la ley, el senador que se ampara después de la juerga o el diputado que anda sin placas, sino el poderoso mensaje que mandan a los ciudadanos. “Ustedes también pueden hacer lo mismo”. Y esa es precisamente la ciudadanía que después cosechamos. Y tú ¿te sorprendes, te indignas o te reconoces?

20 de febrero 2013 
Milenio http://laguna.milenio.com/cdb/doc/impreso/9172944