Espacios de identidad
Pocos
lugares tan emblemáticos como la Alameda Zaragoza en Torreón. De los paseos
públicos en la ciudad, la Alameda ocupa un lugar especial entre los laguneros. Ya
sea para caminar, divertirse, encontrarse con alguien, o simplemente descansar
a la sombra de unos árboles, la Alameda es un referente urbano. Tan
significativo es, que no nos imaginamos Torreón sin su Alameda.
Por
más de cien años, caminar por la Alameda continúa siendo uno de los paseos
tradicionales por el rumbo de los fraccionamientos de Cobián. Hace más de un
siglo, el empresario algodonero Feliciano Cobián —que después se construyó un
palacete que ahora sirve como sede de la Secretaría de Gobernación en la ciudad
de México—, compró unas tierras al agricultor lagunero, Coronel Carlos González
Montes de Oca. Pero Cobián fue visionario en términos urbanos, no se quedó con
esa tierra para sembrar más algodón, sino tuvo a bien fraccionar los terrenos en 1898. De esa manera nacieron
los cinco fraccionamiento de Cobián que ahora van desde la calzada Colón a la
calle 40.
Como
la naciente población carecía de espacios públicos y paseos, el empresario Joaquín Serrano, omnipresente en las grandes
empresas laguneras, compró por su propia iniciativa y peculio, cuatro manzanas
a Cobián en 1899, para hacer ahí la Alameda. Pero no sólo compró y donó los
terrenos a la ciudad, sino además mandó traer desde Allende, Chihuahua, un buen
número de álamos para arbolar debidamente el parque.
Serrano
es uno de los héroes olvidados en la historia de Torreón. Una vida
extraordinaria a la espera de biografía. Pero su grandeza se debe al
emprendimiento y generosidad que tuvo para la ciudad. Tan alto prestigio social
tenía, que el matón de Pancho Villa le permitió quedarse en aquella expulsión xenofóbica que hizo contra los
españoles en 1914. Serrano fue el padre de la Alameda y de tantas empresas en
Torreón, pero no aceptó quedarse y se marchó con el resto. Pasada la tormenta,
regresó nuevamente a su casa, que ya no era Logroño, España, sino Torreón,
Coahuila. Aquí estaban sus obras y su
vida. Aquí donó los terrenos de la actual colonia San Joaquín, para que los
obreros tuvieran un lugar donde construir sus casas. De ese tamaño era la
grandeza del español que se hizo lagunero.
Pero
regresemos a la Alameda. Poco a poco la autoridades fueron acondicionando el
lugar. Una balaustrada alrededor de todo el terreno. Una bomba para el riego de
las áreas verdes. Tampoco faltaron los ciudadanos que sembraron más árboles y
también contribuyeron con bancas y ornatos, como las dos pilastras de cantera
que todavía reciben a los visitantes por la avenida Morelos. Ambas columnas
fueron donadas por la colonia “sirio otomana” en 1910, con motivo del
centenario de la Independencia. Deténganse a observarlas. Una está en árabe y
la otra en español. La Alameda tiene historia y monumentos de gran valor, como
las ocho columnas de cantera en cada una de las cuatro esquinas. Están ahí
desde 1914, con mucho, el año más violento que se recuerde en la ciudad. Nada
más en aquella terrible batalla, se mataron cinco mil personas.
En
los años veinte, Torreón vivía un esplendor urbano, y el alcalde Nazario Ortiz
Garza, se dio a la tarea de gestionar los recursos para construir el principal
monumento que distingue a la Alameda: la “fuente del pensador”. Se trata de una
réplica del escultor Fernando Toriello, con base a la escultura funeraria que
hizo Miguel Ángel para Lorenzo el Magnífico. El año de su inauguración fue en
1928 y a partir de entonces, de manera popular, la gente la conoce como “fuente
del pensador”. Por cierto, ese monumento fue financiado por la compañía inglesa de petróleo El Águila. Hay muchas
historias más, pero me detengo al presente.
La
semana pasada, el Instituto Municipal de Planeación de Torreón, a cargo de
Eduardo Holguín, convocó a una consulta para escuchar a los ciudadanos sobre
las problemáticas que perciben de la Alameda. No se trata de descubrir el hilo
negro, pero tampoco de hacer ocurrencias. Banquetas y adoquines en mal estado.
Deforestación, basura y descuido de los monumentos históricos muestran un
visible deterioro del parque. Aunado a
un numeroso grupo de ambulantes que compiten con ruidosas bocinas. Hace tiempo
que el espacio perdió lustre. Hago votos para que la obra que se vaya hacer, se
haga bien y con cuidado; con respeto de los monumentos y la historia, pero
sobre todo, que al final se restaure la dignidad de nuestra Alameda.
29 de junio 2016
El Siglo