Como
en los años setenta, pero del siglo pasado, acabamos de escuchar el perdón del
presidente. En otra década, el presidente José López Portillo, ofreció
disculpas a los pobres por fallarles. Conmovido, no sólo lloró, hasta golpeó el
atril mientras leía su último informe. Para rematar su discurso, expresó: ¡Ya
nos saquearon! ¡No nos volverán a saquear! Portillo fue un pésimo presidente.
Quebró al país, además de ser un fidedigno representante de la corrupción. Con
él inició una larga decadencia de la economía mexicana, y también del sistema
político mexicano, que por entonces, era autoritario.
En nuestra
defectuosa democracia, pero al fin democracia, el pasado lunes el presidente Enrique
Peña Nieto “pidió” (sic) perdón por los sucesos de la casa blanca, un símbolo
prematuro de corrupción en su gobierno. Tradicionalmente los escándalos de
corrupción estaban reservados al último año, pero Peña adelantó la tradición
con notable prisa. Desde entonces ya no pudo levantar su imagen, y mucho menos,
mantener un poco de credibilidad; no obstante, las carretadas de dinero para
los principales medios de comunicación. ¡4 mil millones de pesos el año pasado!
Para
empezar la semana, el presidente anunció el Sistema Nacional Anticorrupción “como
el inicio de una nueva etapa para la democracia y el Estado de Derecho en
México”. Durante la ceremonia oficial, comentó sobre la casa más famosa del
país: “No obstante que me conduje conforme a la ley, este error afectó a mi
familia, lastimó la investidura presidencial y dañó la confianza en el
Gobierno. En carne propia sentí la irritación de los mexicanos. La entiendo
perfectamente, por eso, con toda humildad, les pido perdón. Les reitero mi
sincera y profunda disculpa por el agravio y la indignación que les causé. Cada
día, a partir de ello, estoy más convencido y decidido a combatir la corrupción”.
A
pesar del reconocimiento presidencial, está claro que nos indigna la
corrupción, pero tampoco la ciudanía se atreve a más como en Brasil o
Guatemala.
Cuando
las palabras provienen de una figura tan desacreditada como el presidente Peña,
el perdón resulta irrelevante, por la sencilla razón de que no hay forma de
creerle. Pero si en verdad estamos en el umbral de una nueva etapa con el
Sistema Anticorrupción, acaso, ¿tendrían que aplicarse las nuevas reglas contra
el mismo presidente? Ese mismo día, Virgilio Andrade renunció a la Secretaría
de la Función Pública, aunque antes cumplió cabalmente con tapar al presidente.
¿Alguien le creyó? Para no quedarse atrás, el nuevo presidente del PRI, Enrique
Ochoa Reza, construyó un perfecto oxímoron: "El PRI tiene que ser garante
de la honestidad de sus gobernantes. Tenemos que ser los primeros en señalar
casos donde cualquier funcionario público que venga de las filas del PRI haya
traicionado a la sociedad y se haya corrompido”.
De
ser así, ¿procederán contra los dos gobernadores Duarte, de Chihuahua y
Veracruz? ¿irán tras Roberto Borge? ¿tocarán a los Moreira? Mal humorado y
manchado en su “honor”, el ex gobernador de Coahuila demandó al prestigioso
académico del Colegio de México, Dr. Sergio Aguayo Quezada. Sin duda estos
políticos desearían mandar como en Cuba, Rusia o Corea del Norte. Ya entrado en
gastos, sólo falta que soliciten también la derogación del artículo sexto
constitucional por ir contra el honor.
Mala
señal cuando el problema son las expresiones, y no los actos descaradamente
corruptos de la clase política. Para el caso, al estado mexicano le resulta más
sencillo detener a Gerardo Ortiz y enviarlo al penal de Puente Grande por su
mal gusto como cantante, que ir contra los políticos. Si el estado realmente
asumiera el compromiso de gobernar, impondría el imperio de la ley a los
gobernantes. ¡El problema es que nos quedaríamos sin clase política! En una de
esas, las cosas funcionarían mejor.
20 de julio 2016
El Siglo https://www.elsiglodetorreon.com.mx/noticia/1245034.ya-nos-saquearon-no-nos-volveran-a-saquear.html