lunes, 26 de diciembre de 2016

¡Ya nos saquearon! ¡No nos volverán a saquear!


Como en los años setenta, pero del siglo pasado, acabamos de escuchar el perdón del presidente. En otra década, el presidente José López Portillo, ofreció disculpas a los pobres por fallarles. Conmovido, no sólo lloró, hasta golpeó el atril mientras leía su último informe. Para rematar su discurso, expresó: ¡Ya nos saquearon! ¡No nos volverán a saquear! Portillo fue un pésimo presidente. Quebró al país, además de ser un fidedigno representante de la corrupción. Con él inició una larga decadencia de la economía mexicana, y también del sistema político mexicano, que por entonces, era autoritario.
En nuestra defectuosa democracia, pero al fin democracia, el pasado lunes el presidente Enrique Peña Nieto “pidió” (sic) perdón por los sucesos de la casa blanca, un símbolo prematuro de corrupción en su gobierno. Tradicionalmente los escándalos de corrupción estaban reservados al último año, pero Peña adelantó la tradición con notable prisa. Desde entonces ya no pudo levantar su imagen, y mucho menos, mantener un poco de credibilidad; no obstante, las carretadas de dinero para los principales medios de comunicación. ¡4 mil millones de pesos el año pasado!
Para empezar la semana, el presidente anunció el Sistema Nacional Anticorrupción “como el inicio de una nueva etapa para la democracia y el Estado de Derecho en México”. Durante la ceremonia oficial, comentó sobre la casa más famosa del país: “No obstante que me conduje conforme a la ley, este error afectó a mi familia, lastimó la investidura presidencial y dañó la confianza en el Gobierno. En carne propia sentí la irritación de los mexicanos. La entiendo perfectamente, por eso, con toda humildad, les pido perdón. Les reitero mi sincera y profunda disculpa por el agravio y la indignación que les causé. Cada día, a partir de ello, estoy más convencido y decidido a combatir la corrupción”. 
A pesar del reconocimiento presidencial, está claro que nos indigna la corrupción, pero tampoco la ciudanía se atreve a más como en Brasil o Guatemala.
Cuando las palabras provienen de una figura tan desacreditada como el presidente Peña, el perdón resulta irrelevante, por la sencilla razón de que no hay forma de creerle. Pero si en verdad estamos en el umbral de una nueva etapa con el Sistema Anticorrupción, acaso, ¿tendrían que aplicarse las nuevas reglas contra el mismo presidente? Ese mismo día, Virgilio Andrade renunció a la Secretaría de la Función Pública, aunque antes cumplió cabalmente con tapar al presidente. ¿Alguien le creyó? Para no quedarse atrás, el nuevo presidente del PRI, Enrique Ochoa Reza, construyó un perfecto oxímoron: "El PRI tiene que ser garante de la honestidad de sus gobernantes. Tenemos que ser los primeros en señalar casos donde cualquier funcionario público que venga de las filas del PRI haya traicionado a la sociedad y se haya corrompido”.
De ser así, ¿procederán contra los dos gobernadores Duarte, de Chihuahua y Veracruz? ¿irán tras Roberto Borge? ¿tocarán a los Moreira? Mal humorado y manchado en su “honor”, el ex gobernador de Coahuila demandó al prestigioso académico del Colegio de México, Dr. Sergio Aguayo Quezada. Sin duda estos políticos desearían mandar como en Cuba, Rusia o Corea del Norte. Ya entrado en gastos, sólo falta que soliciten también la derogación del artículo sexto constitucional por ir contra el honor.
Mala señal cuando el problema son las expresiones, y no los actos descaradamente corruptos de la clase política. Para el caso, al estado mexicano le resulta más sencillo detener a Gerardo Ortiz y enviarlo al penal de Puente Grande por su mal gusto como cantante, que ir contra los políticos. Si el estado realmente asumiera el compromiso de gobernar, impondría el imperio de la ley a los gobernantes. ¡El problema es que nos quedaríamos sin clase política! En una de esas, las cosas funcionarían mejor.
20 de julio 2016